Hace muchos, pero que muchos años que existen los acuerdos. En términos generales, estos se basan siempre en encontrar un punto en común en los intereses de las partes que lo integran.
Todo acuerdo requiere de arduas negociaciones. Para ello, se precisa voluntad de entendimiento, cesiones y, sobre todo y ante todo, respeto mutuo. Durante las negociaciones es natural que cada cual intente salir beneficiado del trato, pero, una vez acordado el mismo es de bien nacidos respetar y cumplir lo pactado con honradez y sin dobleces.
Esto, que es muy habitual en el día a día, y ha formado y forma parte de múltiples facetas en nuestra vida cotidiana, es asimilado con normalidad y aceptamos, con toda naturalidad, que cuando uno incumple su trato/contrato/acuerdo/compromiso, ello le pueda acarrear todo tipo de consecuencias. Es decir, un incumplimiento nunca sale gratis.
En la política, esto (como otras muchas cosas ) actualmente no tiene las mismas consecuencias que en la vida real, porque no se mide por los mismos parámetros y ni tan siquiera asume su responsabilidad quién no cumple con sus compromisos/acuerdos/contratos. Todo lo contrario, se premia a quién, desde su posición de ventaja, consigue su objetivo a base de mentir, faltar a sus compromisos , y no respetar a su adversario. Por contra, el que puso su voluntad y se vio vilipendiado es tratado de pardillo o poco ducho en la materia.
Esto ha sido practica habitual tanto a nivel nacional como a nivel local. Pero, los que aún hoy en día siguen utilizando estos métodos para conseguir sus fines, no se han percatado que su posición de fuerza ya no es tal, que la situación ha cambiado, y mucho, que en un futuro no muy lejano se van a ver obligados a negociar y pactar de nuevo con quién en su momento menospreció o infravaloró, teniendo que asumir las consecuencias de su actos.
Porque, Sres. Prepotentes, sus tiempos de gloria y mayorías absolutas no volverán y van a tener que acostumbrarse a respetar al adversario, a cumplir sus compromisos, a pactar con honestidad y, sobre todo, a asimilar que en la política, como en la vida misma, no todo vale.
La situación ha cambiado. La supremacía ya no la tiene una parte y el resto ya no están supeditados a sus caprichos. Ahora es cuando el dialogo se hace imprescindible y van a tener que asimilarlo.